Las moléculas químicas procedentes del bromo, flúor y cloro, junto a los llamados retardantes de llama, presentes en plásticos, detergentes, móviles, colchones o sofás, afectan al desarrollo neurológico y provocan la disminución del cociente intelectual, otras condiciones médicas y sus consecuencias.
Jacob Barnett fue diagnosticado con autismo grave con apenas 2 años y los expertos dijeron que tal vez nunca podría leer o atarse los zapatos. A sus 14 años, el joven Barnett estudia un doctorado en física cuántica.
La mente brillante de este niño prodigio de Indiana, Estados Unidos, estuvo a punto de perderse en una enfermedad a la que a menudo los padres no saben cómo hacer frente.
Desde que fue diagnosticado, Jacob Barnett -Jake, para los amigos- no volvió a hablar.
Fueron largas las horas que pasaba Jacob en casa rodeado de expertos en educación especial que le guiaban en una suerte de terapia interminable con estrictos ejercicios, centrados en desarrollar sus habilidades más básicas, para sacar al niño de lo que se creía era una enfermedad